Cincuenta años después de la recuperación del Sahara, Marruecos debe aprovechar la alternancia de Trump para cambiar el curso de la historia

euromagreb16 مارس 2025آخر تحديث :
Cincuenta años después de la recuperación del Sahara, Marruecos debe aprovechar la alternancia de Trump para cambiar el curso de la historia

Medio siglo después de la recuperación del Sahara, Marruecos continúa su empresa de santificación del territorio a nivel político, diplomático y económico. Desde 1975, Rabat ha anclado progresivamente su autoridad en las provincias del sur a pesar del apoyo ininterrumpido argelino a las milicias de Polisario. Durante mucho tiempo confinado a las negociaciones de la ONU sin salida, el expediente experimentó un cambio en 2020 con el reconocimiento estadounidense, iniciando un cambio sin precedentes de los equilibrios a favor de Rabat. En 2025, a medida que Donald Trump vuelve a la presidencia de los Estados Unidos y el equilibrio de poder internacional evoluciona, Marruecos debe transformar estos avances en un hecho consumado, a salvo de los giros diplomáticos y las incertidumbres políticas.

Medio siglo después del regreso del Sáhara a Marruecos, Rabat trabaja para cerrar un capítulo cuyas resonancias van más allá del estricto marco territorial. Lejos de las incertidumbres que aún marcaban los primeros años de su anclaje en el Sahara, el reino ha impuesto gradualmente una realidad política que la creciente adhesión de Estados extranjeros y el desarrollo económico de la región han venido a consagrar. Sin embargo, la ecuación sigue sin terminar: si el reconocimiento estadounidense de 2020 ha abierto una (gran) brecha en el edificio de los equilibrios internacionales, algunas resistencias europeas, así como la inercia de la ONU y la persistente hostilidad de Argel, frenan la aparición de un consenso definitivo. En 2025, en un momento en que Donald Trump se encuentra con la Casa Blanca y las líneas de fuerza del juego diplomático evolucionan, Marruecos debe aprovechar una oportunidad única: transformar la adhesión de sus aliados en un logro irreversible para superar las ambigüedades que, durante cinco décadas, han prolongado la incertidumbre sobre el resultado de este conflicto.

El regreso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos abre un paréntesis diplomático singular para Marruecos. Rara vez una alternancia en Washington ha resonado tanto en las vistas estratégicas de Rabat. Hace cuatro años, la administración republicana sacudió un expediente que durante mucho tiempo se atascó en los circuitos internacionales. Si bien la alternancia democrática no cuestionó esta decisión, se abstuvo de consagrarla con actos decisivos, prefiriendo la neutralidad benevolente al apoyo explícito. Ya no se trata de preservar un logro, sino de enraizar este reconocimiento en un dispositivo diplomático y estratégico que lo haga irreversible, incluso en un contexto de cambios políticos en Washington o en otros lugares.

La administración Trump: un terreno propicio para redefinir las alianzas

El presidente estadounidense, fiel a un enfoque desinhibido de las relaciones internacionales, favorece las lógicas bilaterales y directas, rechazando las limitaciones del multilateralismo. Esta visión se inscribe en una mecánica legible donde prevalecen las realidades y la centralidad de los intereses nacionales. En este contexto, Marruecos debe capitalizar su condición de aliado estratégico de los Estados Unidos en el norte de África y en la región sahelo-sahariana. Ya reconocida como un baluarte contra la inestabilidad, Rabat tiene varias palancas para inscribir el reconocimiento del Sahara en una arquitectura más amplia de cooperación con Washington. La dimensión de seguridad es un elemento fundamental: la lucha contra el terrorismo en el Sahel, el control de los flujos migratorios y la estabilidad de las vías marítimas son ámbitos en los que el compromiso marroquí responde a las preocupaciones estadounidenses. Al imponerse como un actor clave en esta configuración, Rabat vincula orgánicamente su integridad territorial con los intereses estratégicos de los Estados Unidos.

Además, la reanudación de los vínculos con Israel, favorecida por los acuerdos de 2020, constituye un activo diplomático importante. La relación triangular entre Rabat, Washington y Tel Aviv podría ser decisiva para garantizar la sostenibilidad del reconocimiento estadounidense. Además, si bien la administración Trump se inclina a favorecer las relaciones directas con sus aliados, no se mueve en un lugar cerrado. La Unión Europea, siempre reacia a seguir a Washington en sus inflexiones diplomáticas, sigue siendo un espacio de tensiones donde el expediente sahariano suscita divisiones persistentes, a pesar del apoyo franco de París, Madrid y Berlín, entre otros.

Ante esto, Marruecos debe trabajar en una recomposición gradual del panorama europeo apuestando por alianzas específicas.
El reto es hacer surgir un consenso europeo basado en un reconocimiento pragmático de la centralidad marroquí en la estabilidad regional.

A nivel de la ONU, donde el expediente del Sahara sigue inscrito en una lógica de dilaciones, el objetivo debe ser acelerar la erosión progresiva de los apoyos al Frente Polisario.
La apertura de consulados extranjeros en Laâyoune y Dakhla ha iniciado una trayectoria que debe ser profundizada por una diplomacia activa con los Estados aún indecisos.
El creciente aislamiento del Polisario, cada vez más reducido a una postura de protesta sin una verdadera base diplomática, debe acentuarse hasta hacer que su mantenimiento en el debate internacional sea inviable.

Transformar un momento político en un punto de inflexión histórico

La historia no se limita a ofrecer circunstancias favorables: exige de quienes las captan una visión a largo plazo y una capacidad de anticipación.
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca no es un fin en sí mismo, sino una palanca que Marruecos debe manejar con habilidad para inscribir el reconocimiento del Sahara en una lógica irreversible.
Más allá de sus éxitos diplomáticos, el reino debe abordar una verdadera revisión de las relaciones de poder y erigir la cuestión sahariana como un punto inseparable de los equilibrios geopolíticos regionales y de los intereses estratégicos de las grandes potencias.
Este momento político bien podría ser aquel en el que la historia se escribe definitivamente a favor de Marruecos.
El Sáhara, recordemos una vez más, es una cuestión existencial

 

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