El ejército argelino y los mercenarios terroristas del Polisario han protagonizado un enfrentamiento armado en Tinduf, un episodio que revela el verdadero rostro de la dominación argelina sobre su propia creación.
Durante décadas, el régimen militar de Argel ha utilizado al Polisario como un peón para desestabilizar la región, pero ahora ese mismo peón ha decidido enfrentarse a su amo.
La criatura se rebela y Argelia, en su infinita torpeza, no sabe si apaciguarla o reprimirla con más mano dura.
Las fuentes mediáticas y de derechos humanos han señalado que el detonante de estas escaramuzas ha sido la disputa por el reparto de la « ayuda humanitaria » internacional, además del contrabando y tráfico de drogas, un negocio lucrativo para los líderes del Polisario que viven de la miseria ajena. Sin embargo, lo que comenzó como un simple desacuerdo sobre botines acabó en enfrentamientos armados que obligaron al ejército argelino a intervenir de urgencia, dejando en evidencia la fragilidad del control de Argel sobre su marioneta.
Para los argelinos, acostumbrados a reprimir con brutalidad cualquier voz disidente dentro de sus fronteras, encontrarse ahora en la necesidad de controlar a un grupo que armaron y que ya no les rinde pleitesía es una paradoja histórica.
La pregunta que se plantea el régimen es clara: ¿seguir alimentando a un ente que ha empezado a cuestionar su autoridad o enfrentar una revuelta que podría precipitar el colapso de su narrativa?
Como reza el refrán: « Quien siembra vientos, recoge tempestades », o lo que es lo mismo “quien siembre el caos, cosecha la rebelión”.
En este caso, el periodista y opositor argelino, Walid Lekbir, reconoce que la confrontación entre el Polisario y el ejército argelino era cuestión de tiempo. Durante años, los analistas han advertido que el Polisario es una bomba de relojería en el interior de Argelia.
Ahora, esa bomba ha estallado en la cara del propio régimen.
El ejército argelino, que ha dedicado décadas a reprimir a su propio pueblo y a silenciar cualquier oposición, se encuentra hoy atrapado en un dilema sin solución fácil.
El golpe de realidad es brutal: el Polisario, que Argelia ha protegido y financiado con recursos públicos, ya no responde ciegamente a sus órdenes. Y en este punto, la farsa del « movimiento legítimo » queda completamente expuesta.
El final de este episodio aún está por escribirse, pero hay una certeza: el incendio que Argelia alimentó durante décadas se ha encendido en su propia casa.
Y esta vez, las llamas podrían ser imposibles de apagar
