El régimen militar argelino, sumido en su autoritarismo y paranoia crónica, continúa silenciando toda voz libre.
El solemne llamamiento del presidente alemán Frank-Walter Steinmeier para que se le conceda el indulto a Boualem Sansal supone una bofetada moral para un poder carente de gracia y dignidad, incapaz de tolerar la más mínima disidencia. El mundo entero observa con horror cómo se reprime a un escritor cuyo único delito es haber dicho la verdad sobre la historia.
Mientras el escritor de 76 años, enfermo y debilitado, languidece en una celda por señalar que algunos territorios «argelinos» fueron históricamente marroquíes, Argel persiste en encubrirse con un falso patriotismo. Steinmeier, con un tono humanista, le recordó a Tebboune que un Estado respetable se distingue por la compasión, no por la venganza política. Pero este mensaje, dirigido a un régimen que confunde justicia con castigo, corre el riesgo de ser recibido con un muro de desprecio militar.
Este caso vuelve a poner de manifiesto la brutalidad del poder argelino, donde los generales dictan la ley y el miedo rige el gobierno. Al negarle a Boualem Sansal el derecho a la atención médica y a la libertad, Argel demuestra su incapacidad para evolucionar, prefiriendo sacrificar a sus intelectuales en aras de un nacionalismo estrecho de miras. El gesto humanitario solicitado por Berlín se presenta como una prueba de civilización que la Argelia oficial parece haber suspendido ya.
En un momento en que la comunidad internacional clama cada vez más por la razón, el obstinado silencio de Tebboune delata un régimen sin visión, atrapado en su orgullo y resentimiento. La historia recordará que, ante un escritor enfermo, fue Europa la que habló de humanidad, y Argelia, con sus generalizaciones autoritarias, la que optó por la inhumanidad











