Por Mohammed Tijjini
En los últimos años, los musulmanes que viven en Occidente, y más particularmente en Europa, han experimentado una presión creciente. Entre el ascenso de los partidos de extrema derecha, los discursos islamófobos y las tensiones geopolíticas, la situación se vuelve cada vez más precaria. Si la historia nos ha enseñado algo, es que los períodos de crisis exacerban la discriminación contra las minorías. Hoy en día, los musulmanes parecen ser el objetivo principal de una creciente hostilidad que podría, a la larga, convertirse en una amenaza existencial.
Europa está experimentando un aumento de los partidos de extrema derecha. En Francia, Alemania, Italia, Escandinavia o España, estos movimientos están ganando terreno, impulsados por discursos alarmistas sobre la inmigración y la “islamización” de Occidente. En los Estados Unidos, el trumpismo ha revelado un nacionalismo blanco teñido de rechazo a las minorías, especialmente a las musulmanas, a menudo presentadas como una amenaza para la identidad occidental.
Estos discursos no se limitan a alimentar el debate político: transforman las percepciones y alimentan un clima de desconfianza y hostilidad. Al presentar a los musulmanes como invasores, como una quinta columna que amenaza los valores occidentales, estas ideologías fabrican un “enemigo interior”. Este proceso no es nuevo: se ha utilizado a lo largo de la historia contra diferentes minorías, con consecuencias a menudo trágicas.
De la persecución de los judíos al internamiento de los japoneses. ¿Qué destino tendrá reservado a los musulmanes occidentales?
Europa tiene una larga tradición de intolerancia religiosa. Las guerras entre católicos y protestantes han ensangrenado el continente durante siglos. La Inquisición española persiguió a judíos y musulmanes, forzando conversiones bajo amenaza de muerte.
El siglo XX demostró hasta qué punto esta intolerancia podía conducir a catástrofes humanas. El exterminio de los judíos por el régimen nazi, la colocación de los japoneses en un gueto en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial con el pretexto de una “amenaza interna”, son ejemplos de lo que puede suceder cuando el miedo se instrumentaliza.
Hoy en día, el discurso antimusulmán sigue un patrón similar. Una minoría es designada como responsable de los males de la sociedad, como una amenaza cultural o de seguridad, y se encuentra progresivamente excluida, marginada y luego perseguida.
Si la creciente islamofobia es un fenómeno preocupante, sería injusto no mencionar el papel de los extremistas islamistas en el avivamiento de este odio. Durante décadas, grupos terroristas como Al-Qaeda, Daesh y otros han llevado a cabo ataques en Occidente, no solo para atacar a las poblaciones civiles, sino también para alimentar la polarización y empujar a la confrontación.
Su objetivo es claro: crear una guerra entre Occidente e Islam, avivar la desconfianza hacia los musulmanes para empujarlos a la radicalización. Este peligroso juego alimenta la espiral del odio y la represión, donde cada ataque terrorista islamista refuerza el discurso de los extremistas del otro bando, ya sean extremistas o nacionalistas occidentales.
Hoy en día, muchos musulmanes de Europa, ya sean de primera, segunda o tercera generación, viven en un clima de inseguridad. La desconfianza hacia ellos aumenta, las leyes restringen algunas de sus prácticas religiosas, las agresiones islamófobas se multiplican. Algunos ya hablan de un “apartheid social” en el que los musulmanes se encuentran relegados a barrios desfavorecidos, excluidos de las oportunidades económicas y marginados políticamente.
El peligro es real. Basta con un evento desencadenante, una crisis económica, un ataque espectacular o un ascenso político de un líder populista, para que la situación degenere. La historia nos ha enseñado que las minorías pueden convertirse rápidamente en chivos expiatorios de sociedades en crisis. Un cambio hacia la violencia generalizada, o incluso un “genocidio de los musulmanes”, como algunos temen, no es un escenario imposible.
Ante esta situación, la responsabilidad es colectiva. Las sociedades occidentales deben ser conscientes de los peligros del aumento de la islamofobia y del discurso de odio, que siempre han provocado catástrofes históricas. Por su parte, los musulmanes también deben denunciar a los extremistas que buscan provocar un enfrentamiento, al tiempo que se comprometen en la defensa de los valores universales de libertad, igualdad y convivencia.
El futuro de los musulmanes en Occidente dependerá de la capacidad de las sociedades para resistir las lógicas de polarización y odio.
Porque si la historia nos enseña una cosa, es que cuando el miedo prevalece sobre la razón, las consecuencias son siempre dramáticas
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