La visita de Soulaiman Raissouni a la tumba de Hassan Nasrallah, antiguo líder de Hezbolá, ha generado indignación.
Al publicar un mensaje en su página de Facebook refiriéndose a Nasrallah como un «líder» y un «mártir», el ex periodista cruzó una línea roja.
Esta acción revela que nunca ha sido una voz genuina en defensa de la libertad, sino más bien un instrumento de propaganda extranjera cuyo objetivo es debilitar a Marruecos y sus valores fundamentales.
Este homenaje, lejos de ser inocuo, refleja una estrategia de alineación ideológica con Hezbolá, una organización tristemente célebre por sus acciones militares y su papel desestabilizador en Oriente Medio.
Al glorificar a un hombre cuyas milicias han sembrado la muerte en Siria, Líbano y Yemen, Raissouni traiciona sus supuestas convicciones humanitarias. De forma implícita, respalda una ideología sectaria basada en la violencia y la manipulación religiosa.
Aún más grave, Hezbolá ha sido implicado directamente en el apoyo al movimiento separatista Polisario, declarado enemigo de la integridad territorial de Marruecos. De hecho, Marruecos rompió relaciones diplomáticas con Irán tras comprobarse esta complicidad.
Al glorificar la memoria de Nasrallah, Raissouni adopta una postura contraria a los intereses del Reino, traicionando así a su propio país en favor de un discurso de división y odio.
Esta visita no es un hecho aislado, sino un símbolo de un profundo cambio ideológico. Al optar por glorificar a un líder de milicias considerado terrorista por varios estados, Raissouni demuestra que nunca ha defendido las libertades, sino que se ha convertido en un portavoz de la propaganda antimarroquí inspirada por el eje iraní. Este gesto supone la pérdida total de su credibilidad y revela la verdadera naturaleza de un activismo equivocado, donde el odio a Marruecos suplanta cualquier pretensión moral
