De las arenas del Sahara a las montañas del Rif: La huida hacia adelante desde Argel

euromagreb25 نوفمبر 2024آخر تحديث :
De las arenas del Sahara a las montañas del Rif: La huida hacia adelante desde Argel

Por Abdelhakim Yamani

Hay que reconocer al gobierno argelino una cualidad rara: su capacidad para sorprendernos, una y otra vez. Cada vez que se cree que ha llegado a los límites del absurdo diplomático, logra superar las fronteras de lo irracional con una creatividad que casi fuerza la admiración.

El espectacular secuestro de Boualem Sansal el 16 de noviembre, orquestado con un momento notable durante la visita de la Subsecretaria de Estado de Derechos Humanos de los Estados Unidos, ya parecía dar testimonio de un cierto arte del autosabotaje diplomático. En esta coreografía de la provocación, el régimen de Argel demuestra una vez más su capacidad para desafiar cualquier lógica diplomática convencional.

Pero eso fue sin contar con la capacidad de innovación de la junta político-militar que, ante el evidente fracaso de su estrategia sahariana, decidió abrir un nuevo frente de desestabilización con la organización de un “Día Nacional del Rif”. Una iniciativa que demuestra, si fuera necesario, que la creatividad en materia de hostilidad definitivamente no tiene límites.

La puesta en escena es casi perfecta en su absurdo: encontramos a los fieles compañeros sudafricanos y mozambiqueños, estos últimos incondicionales partidarios del Polisario, que han venido a respaldar un nuevo intento de desmembramiento territorial. Como si reciclar una estrategia que fracasó durante cincuenta años en el Sahara fuera a funcionar milagrosamente en el Rif. La presencia de estos aliados circunstanciales, ellos mismos perdiendo velocidad en la escena internacional, añade un toque surrealista a esta empresa desesperada.

Esta fuga hacia adelante se produce cuando el expediente saharino está llegando a su fin. La presencia de Jared Kushner e Ivanka Trump en Dakhla da testimonio de una realidad que la ceguera estratégica del dúo Tebboune-Chengriha impide captar: un mensaje menos que implícito sobre la dirección del próximo mandato de Trump. El “proyecto de ley presidencial” en preparación, que clasificaría al Polisario como organización terrorista, sería un golpe de gracia que parece haber llevado a Argel a redoblar su inventiva en su búsqueda de aislamiento diplomático.

Porque se necesita cierto talento para alcanzar tal grado de aislamiento: calificado por Lavrov como “país sin peso, sin influencia, sin posiciones”, rechazado por los BRICS, incluso viendo a Irán iniciar una normalización con Rabat, Argelia parece decidida a coleccionar récords en materia de soledad diplomática. Este nuevo intento de desestabilizar Marruecos, a pocos meses de una cumbre de la Liga Árabe cuyo respeto a la integridad territorial es un principio fundamental, demuestra una notable constancia en el autoaislamiento.

Las advertencias del ministro marroquí Nasser Bourita sobre los riesgos de una confrontación militar adquieren una dimensión particularmente preocupante en este contexto. Al intentar reproducir en el Rif el esquema que ha fracasado tan brillantemente en el Sahara, el régimen argelino parece haber elevado la política de la tierra quemada al rango de arte. Esta obstinación en reproducir los errores del pasado, con una perseverancia que roza la placabilidad, cuestiona la racionalidad de los responsables de la toma de decisiones argelinos.

La ironía es que esta radicalización se produzca en el mismo momento en que se consuma el fracaso de la estrategia saharaui. Pero la junta argelina, en su obstinación, parece impermeable a las señales más evidentes del cambio geopolítico en curso. Esta ceguera voluntaria ante los cambios regionales e internacionales refleja un encierro ideológico que podría resultar fatal para los intereses argelinos a largo plazo.

La multiplicación de las provocaciones, lejos de reforzar la posición argelina, solo acentúa su aislamiento. Cada nueva iniciativa hostil parece profundizar un poco más en la brecha que separa a Argel de la comunidad internacional. En este contexto, la instrumentalización de la cuestión rifana aparece como un nuevo paso hacia el abismo diplomático.

Al persistir en este camino de desestabilización regional con una determinación que roza la implacabilidad, la junta argelina parece haber hecho de su aislamiento internacional un objetivo más que una consecuencia. Una actuación que quizás merezca ser elogiada: no todo el mundo puede cavar tan metódicamente bajo el fondo que se creía haber alcanzado

 

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