Instituto Geopolítico Horizontes
Por Abdelhakim Yamani
En este día en que Marruecos celebra el 69 aniversario de su independencia, se perfila un cambio histórico en el horizonte.
No la recientemente realizada de una nación postcolonial hacia su plena soberanía, sino una transformación más profunda: la de un Imperio milenario que se prepara para reinventar su naturaleza incluso para el siglo XXI.
Esta reconversión imperial, de la que quizás observemos los primeros balbuceos, se impone como un desafío inminente y natural en el orden de la evolución histórica.
Si la cuestión territorial del Sáhara Oriental sigue en la agenda, la ambición va mucho más allá: se trata de imaginar y construir una forma inédita de radiación imperial.
El sistema Monárquico es el activo principal de esta transformación venidera.
La monarquía marroquí, a pesar de sus imperfecciones, aparece como la institución más adecuada para orquestar esta metamorfosis histórica. Su propia naturaleza garantiza la estabilidad necesaria para la proyección estratégica a largo plazo, asegurando esta continuidad indispensable para los grandes proyectos de civilización.
La historia nos recuerda que antes de la colonización, Marruecos encarnaba una realidad imperial que se extendía mucho más allá de sus fronteras actuales. Su poder irradiaba hasta Senegal, su influencia espiritual irrigaba toda África Occidental, sus redes comerciales transsaharianas tejeban vínculos duraderos.
El Imperio chérifien ya era una síntesis única entre influencias africanas, amazigh, árabes y andalusíes.
Si la colonización amputó a este Imperio de vastos territorios, no pudo destruir los fundamentos de su poder. La continuidad dinástica se ha mantenido intacta, el liderazgo espiritual ha persistido, las redes de influencia han sobrevivido y, sobre todo, la identidad imperial ha permanecido anclada en la conciencia colectiva marroquí.
La transformación que se avecina tendrá que sustituir el concepto tradicional de conquista militar por el de cooperación mutuamente beneficiosa.
En esta nueva configuración, Marruecos está llamado a encarnar la figura de un hermano mayor benévolo y protector, lejos de cualquier postura tutelar intrusiva.
Un liderazgo basado en la generosidad y el respeto a la independencia de cada uno, en las antípodas del modelo estalinista de dominación.
Los inicios de esta nueva influencia ya se perfilan: desarrollo de energías renovables, aparición de industrias culturales innovadoras, cooperación tecnológica.
El Reino traza el camino de un desarrollo compartido donde su éxito se convierte en el de sus socios.
Los desafíos son inmensos. Reinventar la noción misma de Imperio, conciliar la influencia y el respeto absoluto de las soberanías, desarrollar nuevas herramientas de influencia: todo queda por construir.
Marruecos ciertamente tiene activos únicos -legitimidad histórica, estabilidad institucional, visión estratégica- pero la transformación acaba de comenzar.
La historia está en marcha. Marruecos se embarca en una aventura sin precedentes:
la metamorfosis de un Imperio territorial milenario en un Imperio de influencia adaptado al siglo XXI, donde el poder se expresa a través de la capacidad de federar y proteger en lugar de a través de la dominación.
Las primeras señales están ahí, pero lo esencial está por hacer. Una cosa es cierta: esta reconversión, tan natural como inevitable en la evolución histórica del Reino, marcará profundamente las relaciones internacionales del mañana